Edmund Hillary trascendental

Autor: Jorge Jiménez Ríos


Cuando uno se gana la fama adquiere, irremediablemente, un afilado porvenir. Puedes quedarte estancado en esa vertiente por la que has sido reconocido, hundirte en ella, olvidarte de los otros universos que la acompañaban. O puedes usarla no ya en tu favor, si no en el de todos. Encumbrarte como ejemplo, ser seguido, odiado o amado, pero siempre fiel a tu camino.

Un poco antes de las once de la mañana del 29 de mayo de 1953, Edmund Hillary cargaba los más de 20 kilos de pertrechos durante los últimos metros de la arista cimera del Everest. En los minutos finales, atado a su compañero Tenzing Norgay, más allá de donde ningún otro ser humano había estado antes, el espigado neozelandés sintió agotamiento, placer, libertad. Y agradecimiento.

Ese agradecimiento se materializó en 25 escuelas, 2 hospitales, 12 clínicas y muchas más infraestructuras o iniciativas como el repoblamiento de los bosques del Parque Nacional del Everest. Su espíritu iba mucho más allá de rebasar un imposible; se trataba de buscar la prosperidad de lo posible. “Cuando miro atrás me doy cuenta de que he disfrutado la aventura, he disfrutado el miedo que he pasado en muchas ocasiones… pero cuando intento analizar qué ha sido lo más trascendente de mi vida, tengo que reconocer que fue el ayudar a la gente de la montaña a que tengan escuelas, centros de salud, incluso el hecho de recaudar fondos para que pudieran reconstruir sus monasterios”.

La ayuda, la cooperación, las miras a un futuro mejor de todos para todos es una meta que va mucho lejos del éxito personal y del ego individual. Es la forma de avanzar. Es la huella sin trazar del progreso. Es lo imprescindible y lo común de la humanidad.


Fuente: https://www.revistaoxigeno.es/

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