UN DÍA DE SPEED HIKING: ESTO NO ES UN JUEGO

Si prestas atención, esos días se notan desde el principio. Las pistas son claras para todo el que sepa verlas: tensión constante, aire fresco y una mochila extra al lado del escritorio. Lo notas por su complicidad, por cómo se miran unos a otros, por la forma de trabajar, rápida y eficiente, para terminar sus quehaceres lo antes posible. Cuando llega esa agradable temperatura primaveral, y vuelven esos prados verdes, bueno, es inevitable. Diría más, es natural: sería impensable que personas dedicadas a desarrollar, diseñar y crear lo necesario para que vivas tus sueños en la montaña no estuvieran deseando pasar en ella el mayor tiempo posible.

Alice, Simon y Marta se levantan de sus mesas casi a la vez. Tienen que coger un autobús, y el transporte público no espera. La sede de Salewa, en Bolzano, queda tan solo a unas decenas de kilómetros de Val Gardena, y con este medio reducirán el impacto medioambiental de su afición. Además, de esta manera, nadie tiene que conducir y concentrarse en la carretera; el tiempo pasa más rápido, hablando entre amigos y admirando el increíble paisaje surtirolés.

Los Dolomitas no son ninguna broma. Son unas montañas jóvenes y preciosas que crean y definen un entorno único hecho de roca, animales, plantas y seres humanos. No son una broma: son monumentos, una creación sin autor, al alcance de quien quiera enfrentarse a su inmensa magnitud. No son un patio de recreo, y estar allí no es ningún juego.

Hay cosas que, simplemente, son parte de tu esencia, de quién eres en el fondo. Hay cosas que no puedes negar, y llamadas que no puedes silenciar. Como mucho, puedes posponerlas, para esperar el momento perfecto.

Alice estira bajo el sol del atardecer, mientras mira el mapa. Simon hace una foto y contempla cómo el camino se desenreda a través de praderas y rocas. Marta toma aire y llena sus pulmones del aroma primaveral de las montañas.

Es momento de salir y de ir rápido. No porque haya prisa, sino porque, cuando vas rápido, es cuando exiges a tu cuerpo ese dulce esfuerzo que te hace sentir vivo. No por falta de tiempo: porque la vida no se mide en minutos, sino en la intensidad de la experiencia.

Cuando la luz del atardecer acaricia el camino serpenteante, se acerca el momento de sacar los frontales. Pero solo se acerca, porque esta es la hora mágica, la hora de la enrosadira, esa en la que te sientas, en silencio, y disfrutas del espectáculo.

Un momento eterno; y volvemos a empezar. Toca continuar, caminar y descubrir quién eres.